Aunque nunca lo había reconocido (no creía que fuera posible, soy hombre) siempre he querido entender mejor a las mujeres. Desde chico me han parecido tan elusivas y fascinantes como la luna. A veces hermosas y atractivas, otras oscuras y engañosas. Sobre todo, siempre he querido comprender mejor como hacer una buena relación con ellas (probablemente empezó con mi madre, a quien amo mucho).
Me ayuda darme cuenta, que para mi, femenino y masculino no son cualidades solo de mujeres u hombres sino que todos las tenemos en diferente proporción. Y es a mi parte femenina a la que dedico este texto, por tanto tiempo tenerle miedo y ocultarla:
En esta época racional-capitalista, en la que creemos que podemos saberlo y controlarlo todo (como niños), mi feminidad es un respiro de vida, de creatividad, de magia, y también de lo desconocido, de lo inabarcable, de una conexión tan profunda que hace imposible hacerle daño a alguien sin reconocer que también me hago daño a mi mismo.
En esta época de lo individual, de lo privado, de ser una cosa u otra (a veces incluso contra otra) entiendo mejor mi feminidad como la luna. A veces llena y desbordada, erótica e implacable. A veces creciente y a veces menguante, indecisa, que quiere pero no quiere. Y a veces vacía, sin vida, solo un envase.
No quiero que me busques cuando estoy vacío, no quiero tu lástima, quiero que me dejes ser, aunque me pierda. Poco a poco encontraré mi camino, creciendo, contigo y sin ti. Y llegaré a amarme tanto que te amaré sin pedirte nada a cambio, como a una parte de mi mismo. Y así de nuevo iré soltando y cediendo, adaptándome, cambiando. No importa. Hasta olvidar que un día fuí grande, hasta recordar como escuchar, hasta volverme a encontrar en tus palabras. Y volver a empezar...